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Profesor Enrico Rezende: “Lo ocurrido en Petrópolis constituye un importante recordatorio de lo que está pasando hoy en Chile distintos niveles”

marzo 21, 2022


photo_camera Fuertes lluvias en Petrópolis por Reuters

El académico de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Pontificia Universidad Católica e investigador del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES UC, publicó una columna de opinión en EMOL sobre cambio climático.

Cabe destacar que la columna de ciencia es coordinada por el Proyecto Ciencia 2030 impulsado por las facultades de Física, Química y de Farmacia, Matemáticas, Agronomía e Ingeniería Forestal y Ciencias Biológicas, con la finalidad de potenciar la transferencia tecnológica, la innovación y el emprendimiento de base científico-tecnológica en el país. 

A continuación, la columna titulada: “Ciencia, política y cambio climático”:

A mediados de febrero recién pasado, fuertes lluvias conllevaron a un escenario dantesco en la ciudad brasileña de Petrópolis, con aluviones en decenas de localidades en la sierra, más un centenar de muertos y desaparecidos. En los medios de comunicación de este país destaca la falta de acción frente a esta tragedia anunciada, con académicos de distintas instituciones acusando al gobierno municipal, regional y federal de falta de voluntad política.

Según Paulo Artaxo, profesor titular de la Universidad de São Paulo y vice-presidente de la Academia de Ciencias de São Paulo – Estado con un PIB superior al chileno y con un 1% de los impuestos internos destinados a la investigación – esta catástrofe podría haberse evitado. “Brasil tiene conocimientos, desde el punto de vista de los deslizamientos de ladera, desde el punto de vista geológico, muy desarrollados. No es una cuestión científica”, criticó.

Desde la perspectiva científica, la tragedia de Petrópolis y muchas otras que aparecen día tras día en los noticieros son perfectamente evitables. En el mejor de los casos, un crecimiento urbano ordenado evitaría que un gran sector de la población habite en zonas de riesgo inminente, mientras que en el peor escenario, sistemas de prevención como aquellos empleados para los tsunamis podrían asegurar la evacuación de estas zonas días antes de la tragedia.

Lo ocurrido en Petrópolis constituye un importante recordatorio de lo que está pasando hoy en Chile distintos niveles. Llovió en un plazo de 6 horas alrededor de 260 mm, más del doble de la precipitación registrada en Santiago durante todo el año pasado, que, con sus escuetos 114 mm anuales, epitomiza la megasequía experimentada en la zona central durante la última década. El desierto, que ya cubre alrededor de un tercio del área del país, se expande de forma acelerada como resultado del cambio climático. Distintas regiones pueden verse impactadas con una mayor o menor precipitación promedio, pero también la frecuencia de los eventos extremos – inundaciones en Brasil o sequías en Chile – debe incrementar en un mundo que se calienta.

En segundo lugar, el problema demográfico y social. Las lluvias e inundaciones de Petrópolis -centro vacacional de la familia imperial portuguesa y brasileña en el siglo XIX-, son históricamente frecuentes pero su impacto económico y social ha incrementado en tiempos recientes con el aumento de la población (en 2011 una inundación similar dejó más de 900 fallecidos). De la misma forma en nuestro país, la crisis hídrica por la cual pasa la zona central puede volverse catastrófica si llega a impactar los grandes centros urbanos de la región, que albergan casi la mitad de la población chilena. En la actualidad, alrededor de cuatrocientos mil habitantes de sectores rurales dependen de camiones aljibes para obtener agua, lo que claramente no es escalable a las grandes ciudades y deja en evidencia la falta de estructura para responder a una escasez hídrica más extrema o prolongada en la región.

Créditos fotografías: Enrico Rezende; Doctor en Ecología por la University of California, Riverside, EEUU, su principal línea de investigación se centra en la biología térmica y el impacto del cambio climático en las comunidades ecológicas

En tercer lugar, el problema institucional y político. Como destacó Artaxo para Brasil, “le falta al país implementar un plan de adaptación al cambio climático. Los cambios ya están aquí, y sin duda no harán más que intensificarse en las próximas décadas”. Lo mismo puede decirse de Chile, donde faltan políticas de estado para anticiparse al escenario de desertificación que la enorme mayoría de los modelos climáticos predice.

Los programas de acción nacional contra la desertificación o el cambio climático promocionados por los Ministerios de Agricultura o del Medio Ambiente presentan múltiples problemas, enfocándose primariamente en el impacto en sistemas agrícolas y en la biodiversidad e ignorando, en contrapartida, el impacto social y económico de la falta de agua en la industria o en los núcleos urbanos.

De la misma forma, las proyecciones de una disminución en la precipitación entre el 5% y 15% para el 2030, en las cuales se basan estos programas, contrasta dramáticamente con publicaciones científicas recientes que describen un déficit anual de precipitaciones en Chile central del 20% al 40% durante la última década (empleando datos que preceden 2019 y 2021, dos de los cuatro años más secos registrados históricamente). Claramente el desierto viene avanzando más rápidamente de lo que hemos sido capaces de responder.

Si bien la comparación entre Brasil y Chile puede ser informativa e ilustra el carácter global y multifacético del cambio climático, hay diferencias importantes que deben ser mencionadas. Obviamente, las estrategias de mitigación deben ser distintas entre regiones donde se espera que llueva más y que llueva menos. Además, las prioridades de cada país son contingentes a su tamaño, economía y nivel de desarrollo.

Así como la desertificación no ha sido históricamente una prioridad en Brasil – a pesar de que las sequías en el sur del país se vienen intensificando y han afectado el suministro de energía durante el año pasado – deberíamos plantear si la carbonoeutralidad constituye una prioridad en Chile frente a la desertificación. Mientras se sigan quemando depósitos de carbón en China o la Amazonia, el impacto de estas políticas en las emisiones globales es virtualmente irrisorio.

En contrapartida, una política gubernamental que asegure la disponibilidad de agua para el consumo, la agricultura y la industria tendrían, a mediano y largo plazo, un impacto seguramente mayor. A parte de disminuir el impacto económico y medioambiental de la desertificación en la zona central, esta política podría también fomentar la diversificación y el desarrollo económico de regiones en el norte donde hoy el desierto restringe las actividades casi en su totalidad a la industria minera. ¿Qué hay de la agricultura, el turismo o la producción de energía solar o eólica en estas regiones? ¿Podríamos construir un oasis en el Atacama?

Por supuesto, lo ideal es que enfrentemos la desertificación de forma sustentable y minimizando nuestra huella de carbono. Quizás lo fundamental es destacar que el cambio climático constituye un desafío trascendente, donde se requiere alcance de mirada más allá de las políticas cortoplacistas con las cuales hoy en día apagamos incendios tanto metafórica como literalmente. En 1985, al explicar el efecto invernadero y su asociación con la quema de combustibles fósiles al senado norteamericano, Carl Sagan enfatizó que este problema trasciende fronteras y generaciones. Su discurso destaca, en retrospectiva, que los científicos de entonces estaban correctos en su diagnóstico. Lamentablemente, como hoy nos recuerda la pandemia y las varias vacunas desarrolladas en tiempo récord (que funcionan), la solución a los grandes problemas globales trasciende lo estrictamente científico y debe permear a la sociedad.

Lo ocurrido en Petrópolis nos recuerda que las tragedias humanas asociadas al cambio climático no son accidentales, y pueden evitarse. En este sentido, Chile se desertifica rápidamente, pero tiene el capital humano, el conocimiento y los recursos para responder de forma adecuada. Tiene también una geografía privilegiada, con miles de quilómetros de costa y fuentes de energía renovable que pueden, en principio, proporcionar un futuro sostenible y de calidad a nuestros hijos y nietos. Pero no nos engañemos, para eso se requiere visión a largo plazo, voluntad política y la participación de todos los sectores de la sociedad. Porque si se nos viene encima el desierto, más vale que sea florido.

Ver la publicación original en el siguiente enlace



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