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Discurso de los 40 años del Profesor Rafael Vicuña

agosto 31, 2018


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Fueron siete profesores los que recibieron distinción en la “Celebración del Día del Académico”: Juan Carlos Sáez (25), Patricio Arce (30), Enrique Brandan (30), Patricio Ojeda (30), Mauricio Boric (40), Nibaldo Inestrosa (40) y Rafael Vicuña (40). En representación de esta instancia, el profesor con 40 años de servicio y ex decano de nuestra facultad, Rafael Vicuña, entregó palabras al público presente e invitó a reflexionar. Compartimos sus palabras a continuación:

Sr. Rector, Sr. Vice Gran Canciller, Autoridades de la Dirección Superior, Sres. Decanos,
Estimados Profesores y sus familiares:

“Quiero comenzar por agradecer la oportunidad que se me ha dado de dirigirles unas palabras. Lo hago no solo por el honor que ello representa, sino también porque me ha proporcionado la ocasión de reflexionar sobre lo que ha significado trabajar en esta querida institución durante 40 años. Lo que expondré a continuación corresponde naturalmente a ideas o experiencias personales. Sin embargo, espero con ellas interpretar también, al menos en parte, a los demás profesores que nos acompañan esta mañana, quienes cumplen ya sea 25, 30, 35 ó 40 años en la universidad. Al menos, estoy seguro de hacerlo al partir agradeciendo de un modo muy especial la presencia de nuestros familiares. La compañía y el apoyo constante de la familia resultan fundamentales en el ejercicio de un trabajo que no reconoce marcos de horario y que frecuentemente nos resta tiempos de vida hogareña.

Un sentimiento que surge muy espontáneamente en esta circunstancia en que celebramos el Día del Académico, es el de gratitud hacia Dios, por el tremendo privilegio que implica dedicar nuestra actividad profesional al cultivo y a la transmisión del conocimiento. Esta es una tarea extraordinariamente gratificante, por varios motivos. Uno de ellos radica en el gozo intelectual que experimentamos cuando aprendemos algo nuevo, cuando luego de perseverantes estudios llegamos a comprender un asunto que hasta momentos antes resultaba confuso o desconocido. Estas ocasionales circunstancias, cuando se dan, abren nuevos horizontes para seguir progresando en el conocimiento, produciéndose así un círculo virtuoso en la búsqueda de la verdad, que es en último término el objetivo que a todos nos motiva e inquieta.

Otra causa de gratificación lo constituye el incentivo que representa para nosotros como profesores la interacción cotidiana con los alumnos. Por un lado, está la constatación de la influencia que ejercemos en su formación personal y profesional, lo que de por sí es un estímulo para actuar en forma responsable y consecuente. Y por otro, está el enriquecimiento que deriva de las inquietudes y preguntas de diverso tipo que de continuo nos plantean los alumnos. Observar su paulatina maduración durante su estadía en las aulas y en nuestros laboratorios, es también una causa de alegría y satisfacción para nosotros los profesores.

Reconocemos también el tener la oportunidad de desarrollar nuestra vocación académica en esta particular Universidad, la mejor del país, y que destaca además entre las Universidades Católicas de todo el mundo por el nivel y la diversidad de sus disciplinas. No deja de ser paradojal que algunos opinen que una Universidad confesional presenta limitaciones para el cultivo del saber. Muy por el contrario, me parece que este es un lugar ventajoso para la consecución de esta noble tarea, particularmente para quienes creemos en la existencia de un Dios creador y en su revelación. Como nos dijera Su Santidad Juan Pablo II en su magnífica encíclica Fides et ratio, cuyo vigésimo aniversario conmemoraremos la próxima semana en este mismo Salón de Honor, Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad, a cuya contemplación se eleva con las alas de la fe y la razón.

Hacemos investigación en las ciencias naturales, en las ciencias sociales y en las humanidades, y hacemos también creación artística, porque queremos entender la lógica de la naturaleza y también porque queremos comprender mejor el misterio del hombre. Pero somos conscientes de que este esfuerzo no se agota en la aplicación del método científico, puesto que la realidad y la verdad trascienden lo fáctico y lo empírico. Estamos llamados a tener una visión amplia del mundo, evitando los riesgos de la fragmentación y especialización del saber, objetivo que alcanzaremos en la medida que sepamos realizar el paso del fenómeno al fundamento. El Papa Francisco ha estimado oportuno insistir en esta idea, señalando en Evangelii Gaudium que en ocasiones, algunos científicos van más allá del objeto formal de su disciplina y se extralimitan con afirmaciones o conclusiones que exceden el campo de la propia ciencia.

La invitación de San Juan Pablo II es muy acorde con la que hiciera su sucesor Benedicto XVI, en cuanto a ampliar el uso de la razón a través de un enriquecedor diálogo mutuo con la fe. De acuerdo al Pontífice emérito, la fe es una auténtica fe cristiana cuando está en armonía con la razón, es decir, cuando se hace razonable. De lo contrario, corre el riesgo de permanecer como una fe fundamentalista e intolerante. La razón, por su parte, debe hacer un esfuerzo por adentrarse en las verdades de la fe, para lograr una mejor comprensión de la obra del Creador y del sentido último de la existencia del hombre. Lo cierto es que si estamos dispuestos a seguir estas orientaciones, difícilmente encontraremos lugar más propicio en Chile que esta Universidad para realizar el fructífero diálogo recíproco entre fe y razón.

Hay todavía otra circunstancia que contribuye a hacer de esta Universidad un sitio selecto para el trabajo intelectual. Me refiero al hecho que ella convoca a alumnos y a profesores de entre los más destacados, los que en conjunto potencian la calidad del trabajo académico otorgando prestigio a nuestra institución. He tenido el privilegio de conocer, e incluso de trabajar en diversas instancias, con varios maestros que han contribuido notoriamente a engrandecer nuestra universidad.

En la solemnidad de la sala que nos acoge esta mañana, que desde hace pocos días lleva el nombre de nuestro más insigne alumno y profesor, San Alberto Hurtado, quisiera a modo de un modesto homenaje en este Día del Académico, nombrar a algunos maestros que dejaron una honda huella en esta Universidad, los que he escogido de entre aquellos que tuve la ventura de conocer y que ya no están con nosotros: Ricardo Krebs, Rolando Chuaqui, Mario Góngora, Ernesto Livacic, Rafael Hernández, Alejandro Silva, Hernán Godoy, Gabriel Gyarmati, Carlos Rivera, Joaquín Luco, Héctor Croxatto, Luis Vargas y Patricio Sánchez. Por su gran calidad humana y extraordinario nivel académico, la relación con cada uno de ellos permanecerá siempre como un recuerdo muy especial.

Una ocasión como ésta, en la que celebramos a profesores que cumplen aniversarios de labor académica, induce a mirar en retrospectiva, para tratar de hacer un recuento de la trayectoria recorrida. Este es un ejercicio de carácter muy personal, en el que las perspectivas y las experiencias resultan ser muy propias. Por lo tanto, lo que quisiera más bien hacer ahora es resaltar con hechos objetivos cuan diferente es la universidad actual de aquella de los años 70, en la que me inicié como profesor. Destacaré solo cuatro o cinco de las transformaciones que considero más notables.

Por de pronto, el cambio en infraestructura es muy evidente, especialmente en los campus Casa Central y San Joaquín. Las construcciones de hospitales y edificios académicos de Medicina, sumados al Centro de Extensión y a los edificios de Derecho, Comunicaciones y Ciencias Biológicas, cambiaron totalmente la fisonomía de la Casa Central. De San Joaquín no puedo enumerar las construcciones o el hermoseamiento de sus jardines, porque ello me tomaría el resto de la mañana. Pero a todos nos aparece evidente que en muy pocas décadas San Joaquín se ha transformado en un Campus universitario de primerísimo nivel.

Por otra parte, la investigación científica, en todas las disciplinas, se ha consolidado como una actividad académica absolutamente esencial y de gran relevancia. Como una muestra de lo anterior, a comienzos de esta semana nos alegramos con los Premios Nacionales en Ciencias Naturales y en Historia de nuestros profesores Jabián Jaksic y Sol Serrano, respectivamente. Resulta muy admirable que esta Universidad contribuya con un quinto de las publicaciones indexadas de todo el país, como también lo es la excelencia de la investigación en ciencias naturales.

Cada vez que encuentro la ocasión de hacerlo, menciono este hecho como una demostración del compromiso de la Iglesia Católica con el progreso de la ciencia. A la vez, esta madurez en investigación, sumado al extendido entrenamiento de postgrado de nuestra planta académica, ha posibilitado el desarrollo de programas doctorales en todas las disciplinas. Podemos decir con toda propiedad que hoy día ésta es una universidad orientada hacia el postgrado de excelencia.

Otro cambio sustancial que también quiero mencionar es el profesionalismo en las tareas de administración y gestión, atributo muy apreciado por nuestros académicos y por el cual nuestra universidad es ampliamente reconocida entre todas las instituciones de educación superior del país. No hay excelencia académica sin una gestión efectiva que la facilite.

Por último…

En esta breve mención de manifiestos cambios y progresos, deseo destacar la presencia de lo que podríamos llamar la gran familia UC en la sociedad chilena. Pensemos que la Universidad, en conjunto con el DUOC-UC, congrega a un 10% de los alumnos de Educación Superior del país. Por lo tanto, si pensamos en el número de profesores, alumnos y administrativos de ambas instituciones, junto a los de la Red de Salud Christus-UC, del Club Deportivo y de otros organismos relacionados, llegamos a la conclusión de que el número de hogares que alberga al menos a una persona relacionada con la Universidad es altísimo.

Es seguro que nuestros fundadores estarían más que conformes con este nivel de desarrollo, sobre todo considerando que hace 130 años ellos iniciaron la Universidad con unos 50 alumnos en una casa de dos pisos ubicada en la calle Bandera. Queremos pensar que ellos también aprobarían el cumplimiento de los objetivos institucionales que definieron, es decir, enseñanza católica, libertad docente, enseñanza tecnológica que incida en el desarrollo y una universidad que influyera en la vida política y social del país.

Pero así como miramos hacia atrás, también debemos preguntarnos por los desafíos que nos depara el futuro. Todos los logros mencionados anteriormente, que obedecen a un esfuerzo colectivo de directivos, profesores, alumnos y personal administrativo, son sin duda muy notables. Pero no podemos dormirnos en los laureles ni caer en la autocomplacencia, debiendo perseverar en nuestra aspiración de ser cada vez mejores. Este propósito requiere de un especial aliento, porque como ocurre en el país de la Reina Roja de Lewis Carroll, también progresan las instituciones respecto de las cuales queremos sobresalir.

Algunas tendencias que se observan universalmente en la universidad contemporánea son la masificación de la enseñanza, nuevas metodologías de docencia, un énfasis en la investigación dirigida al sector productivo y crecientes costos en la gestión. En el caso chileno, debiéramos agregar un cierto grado de inquietud respecto a las secuelas de la nueva institucionalidad que las regirá. Asimismo, en el país estamos siendo testigos de un debate de orden moral en el cual el aporte de nuestra universidad resulta indispensable para muchos chilenos que buscan instrucción y orientación.

Tenemos mucha confianza en que la vocación renovadora y la consciencia de liderazgo que caracterizan a nuestra Universidad, le permitirán sortear con éxito los nuevos desafíos. Esta universidad ha sido no solo capaz de adaptarse a los siempre cambiantes escenarios, sino que ha sabido innovar en acciones que han resultado muy virtuosas. En efecto, la creación del College, el programa de Formación General, la profusión de diplomados, los programas de inclusión de alumnos, la internacionalización, las modificaciones curriculares en Medicina e Ingeniería, el Centro de Innovación Anacleto Angelini, el impulso a la interdisciplina a través de los Centros, etc., son demostrativas de una gran proactividad.

La pertinencia de estas iniciativas se hace evidente cuando vemos que, por lo general, ellas son luego reproducidas en otras universidades. Por otra parte, ha habido ocasiones en que se ha debido tomar resoluciones trascendentales, como fueron la venta del canal de televisión y la incorporación de Christus a la red de salud, medidas que dan cuenta de una determinación y un temple de la Dirección Superior que son muy necesarios en la conducción de una institución compleja como es ésta.

Quiero por último referirme a un fenómeno que estimo requiere de atención y que también parece ser universal. No pretendo ser original al mencionarlo, porque éste ya ha sido discutida en libros como Excelencia sin alma, de Harry Lewis y El alma perdida de la Educación Superior, de Ellen Schrecker. El argumento que desarrollan ambos autores, que con algunos matices hago mío, es que la excesiva preocupación por la productividad y por la consecución de recursos está dañando seriamente la esencia misma de la universidad.

Los profesores conversan menos entre ellos, asisten a pocos seminarios y conferencias, muestran escasa disposición a colaborar en tareas de bien común y, lo que es más grave, le dedican cada vez menos tiempo a los estudiantes, al menos a los de pregrado. En consecuencia, instituciones que figuran en altas posiciones en los rankings, con excelentes índices de productividad y eficiencia en varios aspectos, no están entregando una enseñanza formativa de acuerdo a los estándares que exhiben. Este es un problema de profundo contenido ético y que no es de fácil solución. La competencia por los fondos de investigación y la inmediatez en la transmisión de los nuevos conocimientos le han agregado mucho apremio a la otrora más tranquila vida académica. Sería aconsejable tal vez volver la mirada a los viejos maestros, personas como las que mencioné anteriormente, cuyo aporte a la vida universitaria se sustentó en su pasión por la docencia y en su gran sabiduría.

Sr. Rector, algunos de los profesores presentes en esta sala, en particular aquellos que cumplimos 40 años de trayectoria académica, estamos prontos a dejar formalmente la Universidad. Sin embargo, estoy seguro que seguiremos relacionados a ella, puesto que la vocación por el mundo del conocimiento y por la enseñanza no es algo a lo que uno renuncia de un día para otro. Por tal motivo, puede estar seguro de que, de diversos modos y desde diferentes veredas, continuaremos contribuyendo al cumplimiento de la misión de esta obra de la Iglesia que tanto ha contribuido al desarrollo del país”.

Créditos fotografía de portada: Pontificia Universidad Católica 



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